Autora:
María Isabel Calvo. Psiquiatra SAPPIR. Sant Pere Claver – Fundació Sanitària
La situación de indocumentación pone a miles de personas, tanto adultos como niños y adolescentes, en una posición de vulneración física, mental y emocional. En la actual situación de crisis sanitaria, económica y social, la fragilidad de las poblaciones en situación de exclusión social, como las personas inmigrantes indocumentadas, ha estallado rompiendo el precario equilibrio en el que se habían establecido por necesidad.
Hablar de migración es hablar de un plural tan extenso como personas migrantes existen, por lo que generalizar es quitar valor a este proceso en el que se encuentran millones de personas y sus repercusiones. A pesar de ello, haremos el esfuerzo de pensar en las personas migradas que se encuentran en situación de indocumentación como colectivo para señalar algunas vulnerabilidades comunes que esta situación de irregularidad les provoca.
Pensemos que estas personas abandonan su país, familia, cultura… por necesidad de escapar de conflictos bélicos, de la vulneración de derechos, de inseguridad y pobreza extrema, de amenazas… En resumen, de situaciones de horror que podríamos llamar acontecimientos traumáticos que llevan a su instinto de supervivencia a apretar el botón de salida. De esta manera emprenden un camino, no sin riesgos ni situaciones complejas, arriesgando su vida para llegar a este otro lado: ¿a la tierra prometida? ¿qué encuentran cuando llegan? Como sistema podemos decir que un rechazo a ser reconocidos como ciudadanos, una negación de su persona, de su identidad, de sus vivencias y de sus derechos, perpetuando la violencia que venían sufriendo, no solo por la exclusión social a las que se les aboca, sino por la mirada que reciben en la sociedad de acogida (del sistema y de los que lo ejecutamos) y el lugar en el que los colocamos. Podríamos pensar en esa negación del individuo como persona, como sujeto, en una forma de violencia.
“La huella que permanece tras sufrir violencia (en sus diferentes modos) en el psiquismo de las personas en exclusión social, cataliza la posibilidad del desarrollo de patologías de salud mental”
Toda crisis pone en relieve y acentúa los puntos débiles y, en el caso que nos ocupa, este colectivo es sin duda un punto débil (o ciego, que nos es difícil de mirar). Relegados a la marginalidad (en algunos casos de manera encubierta), al mercado negro y a la subsistencia de manera ilegal, la crisis del Covid19 ha forzado esta cuerda floja terminándola de romper y dejando caer a las personas que transitaban por este modo de vida como funámbulos en los sectores laborales más precarios: cuidadores de personas mayores, limpiadoras, repartidores, camareros, babysister, cocineros, mercado sexual… Todos ellos están en una realidad de total desprotección donde pedir ayuda resulta difícil. Al no ser ciudadanos legales no tienen acceso a las ayudas implementadas, quedan al amparo de las organizaciones no gubernamentales de carácter social, cada vez más colapsadas por el aumento del volumen y la gravedad de su demanda.
A su propia necesidad de supervivencia en tierra hostil, se le suma la angustia por las familias que han dejado atrás, familias de origen no en mejores condiciones, y el imaginario de que estará pasando con ellos siempre está activo en esta situación de crisis mundial, aumentando la incertidumbre y el sufrimiento. En otras personas, este sufrimiento y la angustia se incrementa por la familia a cargo, y los progenitores con menores que no pueden cubrir sus necesidades pueden llegar a situaciones extremas como la explotación sexual. ¿Cómo viven estos menores esta situación? Claramente son el extremo de la vulnerabilidad, desarrollando su psiquismo en contextos de violencia continua de uno u otro modo. ¿Qué adultos podrán llegar a ser? ¿Qué figuras de protección, amor y mirada han podido incorporar a sus mentes?
En este contexto no es excepcional el sentimiento de ser nadie, de haber perdido identidad: como decía un paciente de Camerún “ya no soy Lims, soy nadie”. La pérdida de sentido vital o, frecuente en niños/as y adolescentes, el sentimiento de culpabilidad y de necesidad de ser protectores al percibir el sufrimiento de los progenitores puestos al límite. Las consecuencias son múltiples, desde los casos menos graves con sintomatologías transitorias, en principio manejables y controlables por ser de carácter reactivo a una situación puntual, hasta la cronificación y patologización de los estados mentales y funcionamiento de estas personas sometidas a situaciones traumáticas continuadas. Es especialmente sensible el caso de las segundas generaciones, puesto que en los menores que están en periodo de desarrollo la acumulación de traumas en esta fase de la vida puede provocar una vulnerabilidad psicopatológica que origine patologías o agrave los cuadros clínicos que pudieran aparecer en el futuro.
“Ante el proceso de metabolizar lo imposible, como la violencia y la angustia de un futuro incierto, podemos ayudar creando un anclaje y un marco de referencia en el momento presente”
No queda sino la solidaridad, en concepto amplio, como sociedad y como profesionales. Como sociedad es imprescindible ser conscientes de la necesidad de promover la prevención de ese sufrimiento evitando la marginalización no elegida, favoreciendo el lazo con la sociedad de acogida y el sentimiento de pertenencia. Como profesionales, hemos de acompañar en la construcción de su nueva identidad, en dar sentido a su propia continuidad, en darle un lugar y espacio, de la manera que sabemos hacer, acompañándoles a ponerle palabras a lo que están viviendo y sintiendo.
Referències bibliogràfiques:
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